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Curiosidades10/02/2025Antes de la llegada de los europeos, muchas civilizaciones dejaron un importante legado cultural en América. Sin embargo, la más antigua de todas es Caral, una sociedad que prosperó en el valle de Supe, en Perú, entre el 3000 y 1800 a.C. Sus restos arqueológicos revelan una estructura social avanzada, con ciudades bien organizadas y una economía basada en la agricultura, el comercio y la pesca.
Los primeros rastros de Caral se remontan al 3500 a.C. en el valle de Supe, en la costa central de Perú. Esta región, rica en recursos naturales, permitió el desarrollo de una sociedad jerárquica con un urbanismo planificado.
Su antigüedad la convierte en la civilización más antigua de América, contemporánea de culturas como la egipcia y la mesopotámica. Su influencia se extendió por varias regiones, sentando las bases para futuras sociedades andinas.
Caral se ubicaba estratégicamente entre la costa, la sierra y la selva, lo que facilitó el intercambio de bienes. El valle de Supe ofrecía condiciones ideales para la agricultura, con ríos que permitían el cultivo de algodón, frijoles y calabazas.
Además, su cercanía al océano garantizaba el acceso a recursos marinos, como la anchoveta, fundamentales para la alimentación y el comercio. Esta combinación de ecosistemas favoreció el crecimiento de una población estable y organizada.
La Ciudad Sagrada de Caral, con una extensión de 626 km², es el yacimiento más importante de esta civilización. Entre sus construcciones destacan pirámides escalonadas, plazas circulares y viviendas bien distribuidas.
Otros asentamientos en la región, como Áspero, Miraya, Chupacigarro y Lurihuasi, refuerzan la idea de una sociedad con una planificación urbana avanzada, conectada por caminos y rutas comerciales.
Caral contaba con una estructura jerárquica en la que una élite gobernante administraba los recursos y dirigía las actividades económicas y ceremoniales.
La sociedad se organizaba en linajes o «ayllus», con sectores diferenciados para la élite, los espacios de producción y los centros rituales. Este modelo de organización influyó en posteriores civilizaciones andinas, como la de los incas.
La economía de Caral giraba en torno a la agricultura, la pesca y el comercio. Los cultivos más importantes incluían algodón, mate, camote y achira, mientras que los productos marinos, como la anchoveta, complementaban la dieta.
El algodón fue clave en su sistema comercial, ya que permitía fabricar textiles que eran intercambiados con otras poblaciones andinas. Esta red de comercio aseguraba el abastecimiento de productos esenciales y fortalecía los vínculos con otras comunidades.
Las ceremonias religiosas eran fundamentales en la sociedad caralina. Se realizaban en templos piramidales y plazas circulares, con rituales donde el fuego y la observación astronómica desempeñaban un papel central.
La música y la danza formaban parte de estos eventos, y se han encontrado flautas de hueso utilizadas en ceremonias. La planificación de las ciudades reflejaba sus creencias, con edificaciones alineadas según principios cosmogónicos andinos.
Hacia el 1800 a.C., Caral comenzó a experimentar un proceso de declive, posiblemente debido a cambios climáticos y conflictos internos.
La reducción del caudal del río Supe afectó la producción agrícola, lo que pudo haber llevado al abandono gradual de los asentamientos. Otros factores, como la degradación ambiental y migraciones, también habrían contribuido a su desaparición.
Caral dejó una huella indeleble en la historia de América. Su legado en arquitectura, organización social y conocimientos agrícolas influyó en civilizaciones posteriores.
El estudio de sus restos arqueológicos sigue aportando información sobre las primeras sociedades del continente y sus formas de vida. A medida que las investigaciones avanzan, Caral continúa desvelando los misterios de la civilización más antigua de América.
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